Archivos para diciembre, 2017

“El cauchero Arana poseía una casa donde vivía con su familia, muy cerca de la estación de Paddington.” (p. 283) “El cauchero Arana se encaprichó que Juan estudiara derecho.” (p.318) “Mi historia y la de Juan se trocaban. Nos hemos trasmutado uno al otro. Aunque él seguirá mirándonos en plena noche desde una esquina de Queen Garden Street con esos ojos inmensos de búho y diciéndonos mare, como se indica en uitoto cuando las cosas salen bien y masticando coca en la maloca.” (p. 386) Juan Aymena fue el niño uitoto que Julio César Arana del Aguila raptó de su tribu y los trasterró hacia Londres. El narrador, un abogado autoidentificado como kukama, nos propone no sólo la historia de ese niño sino también el proceso de su propia trasmutación. Ese eje cruza de cabo a rabo El insomnio de perezoso, novela creadora de personajes, situaciones e historias conmovedoras en torno al primer genocidio del siglo XX entre peruanos contra peruanos.
La Trilogía Gomera ha tenido una largo proceso de gestación. Su primera etapa, Estanque de ranas, apareció en 2006. Se publicó en Iquitos dentro de la colección Karatxama (colección desaparecida después de la entrega de su primer número). En Lima se publicó otra edición en 2007 con el ánimo de corregir los yerros de la primera. Y no pasó desapercibida entre los lectores de Iquitos pues su autor, Miguel Donayre Pinedo (1962) es natural de la que fue a inicios del siglo XX la capital mundial del caucho. Dos años más tarde dio a conocer Archipiélago de sierpes esta vez en una casa editora de Iquitos, y, claro, provocó cierto revuelo en dicha ciudad. En el 2011 entregó El búho de Queen Garden Street, un tejido planetario por las sendas de las víctimas del cuacho. Y un año más tarde, la misma casa editora, reunió las tres novelas en un sólo volumen con el título de El insomnio de perezoso -Trilogía gomera.
La naturaleza y las visiones del insomnio provocador de la trasmutación es lo que aquí se trata de pistear.

UNO:
Para llevar a cabo su trabajo un escritor sólo necesita tres cosas, decía Faulkner: experiencia, observación e imaginación. Cualquiera dos de ellas, y a veces una puede suplir la falta de las otras. Con la suma de esas herramientas Miguel Donayre Pinedo ha creado el escenario, Isla Grande, donde se mueven los personajes de Estanque de ranas, primera parte de la trilogía. De su vida en Isla Grande, una sociedad frívola y olvidadiza como la califica el narrador, Álvaro nos cuenta sus tribulaciones amorosas, profesionales e intelectuales al tiempo que va pintando el círculo en el que centra su preocupación, el de una sociedad que no tiene ningún reparo en quemar los documentos del pasado. Estamos en un universo de tinterillos y de “periodistas”, y en medio de ellos un joven intelectual a la búsqueda de las huellas de los estragos durante el período cauchero.
Álvaro que ha estudiado derecho con la firme voluntad de no ejercer de abogado de políticos y mafiosos, malvive pasando de un trabajillo a otro como “negro” de periodistas y políticos, hasta que consigue el aval intelectual y financiero de una universidad canadiense para dedicarse a la investigación socio histórica de los problemas engendrados por el boom cauchero de finales del siglo XIX e inicios del XX. La confluencia de la propuesta de Belén -o ella o seguir en la repetición del modelo existente en ese estanque de ranas- y el aval de la universidad coincide con el descubrimiento de El expediente del Putumayo.
En ese momento se produce un corte radical en el estilo y el lector pasa a las confesiones de Carlos Quinto Nonuya, “indígena civilizado”, documento al parecer “encontrado” entre los papeles de un despacho notarial durante la búsqueda del Expediente del Putumayo. El documento ha sido salvado de una quema deliberada de testimonios relacionados con el período de la extracción del caucho por un colaborador de Álvaro. En realidad la fuerza de esta sección es tal que el lector cree encontrarse ante la expurgación de una dinamita: un indio al servicio de sus patrones caucheros cuenta lo que él mismo llevó a cabo en contra de sus compañeros de tragedia para sobrevivir en los centros de extracción cauchera antes de ser capturado y recluido en una prisión de aislamiento total porque se está pudriendo en vida. Tiene lepra. Va a parar en la leprosería donde ejerce de monaguillo. Una dinamita, repito.
Se abre un nuevo estrato y nos encontramos con el testimonio de un gay, Doro, Doroteo Guerrero Minaya. Éste le cuenta a Álvaro cómo, cuándo y qué condiciones llegó a Isla Grande en compañía de Verita. Y como con ella puso en marcha varios negocios, entre ellos La Balza Mágica que fue una verdadera sensación en su momento: “aquí entre cervezas y mujeres se han decidido licitaciones públicas, concesiones forestales, sentencias de casos difíciles, si te contara.” “Pachanga para todos, Álvaro.” “Invita la casa, mi amor, sabemos que andas misio.” Doro. Doroteo. El Pindayo. 40 años. Amazónico de adopción y chiclayano de nacimiento. Murió atropellado cuando corría detrás de un niño que entró en La Balsa Mágica a robar una botella de agua. Para muestra, sólo un botón de la flora y fauna residente en Isla Grande.
Este primer momento de la Trilogía cauchera se cierra con fragmentos del diario de un inmigrado en Madrid y su relación con la burocracia española. El diario está nutrido por la reflexión sobre el problema de la memoria y la pérdida de los archivos en su ciudad de origen. “Abandoné el estanque que me carcomía mis fuerzas. Cuando Belén anunció su viaje tuve que decidir. Fue mi punto de ruptura. Me costó sangre tomarla pero era necesaria, sino moriría lentamente.” “El Tunchi -su colaborador en la recuperación de los documentos del Putumayo- de cuando en cuando me manda correos.” Así descubrimos que el autor de esas reflexiones es Álvaro convertido en un inmigrado.

DOS:
En Archipiélago de sierpes el autor plantea desde su primer instante el dilema entre literatura y periodismo, entre la figura del periodista y la del escritor. No es que se teorice sobre este dilema aún irresuelto. El narrador se zambulle en la realidad y es las dos cosas a la vez. El periodista, día tras día, paso a paso, nota tras nota, viaje tras viaje, se compromete con la vida y la muerte de los hombres. Pero el Archipiélago creado por Donayre Pinedo es más que periodismo puesto que consigue que el lector visualice sus personajes en situaciones verdaderamente conmovedoras: la oficina de redacción de ese diario llamado La Razón y en donde campea el desorden y la improvisación es al mismo tiempo una información y la recreación de un universo. Es el retrato de la sociedad caótica que ha engendrado el dispendio y la masacre de los indios durante unos de los momentos cumbres del capitalismo extractivo.
“Mi situación laboral en el diario residía en el limbo, ni en el cielo ni en el infierno, se arrinconaba en la claustrofóbica levedad del pedo”, sostiene Eduardo el personaje narrador y a la vez responsable de la sección culturales. El director del diario presume y se llena la boca afirmando que su diario es el único en Isla Grande capaz de tener un suplemento cultural, pero éste sale a la muerte de un obispo o de un poeta para colocar el obituario. “Gana la coyuntura, maestro, si no vendemos nos vamos a la mierda” sostiene ese director que más parece un sobreviviente típico de los patroncitos de los campamentos gomeros, un sobreviviente del puerto fantasma en el que se mueve. Mechita, la secretaria, es la prima hermana del jefe. “Masho”, el de la sección policiales. Dick Yahuarcani, el de la sección chismes políticos, cuya única bandera es la doblez. Manuel, el de la sección deportes, gay, amigó íntimo de Mechita, “confesaba que el diario era una burbuja de aire fresco frente a los trogloditas que le agredían… cuando caminaba contoneándose.” Todos parecen reencarnaciones de del “indígena civilizado” pudriéndose en una leprosería. Todos ellos así como las autoridades civiles y militares inmersas en la corruptela pueden ser personas carne y hueso. Sin embargo viven y están ante nuestro ojos porque ese periodista del limbo ha conseguido, en los paréntesis que les dejaban sus batallas periodísticas, crear una literatura imposible de ignorar: el universo inmundo del puerto de Isla grande, la vida y milagros de los fantasmas que por ahí merodean, las triquiñuelas del mundo fronterizo y fluvial, y en medio de ellos el imperio de los maestros rurales. El mundo de “Shaluco” y el de los trásfugas políticos; el de los asesinatos políticos disfrazados de suicidios. La inmersión del Servicio de Inteligencia para ocultar, disimular, distraer. Las marchas y contramarchas del Frente Patriótico. Todo dicho sin aparente literatura. Todo dicho con un lenguaje ceñido a realidad, sin vuelos líricos, sin endechas al regionalismo.
La finalidad de todo artista, ya lo decía Faulkner, es detener el movimiento, que es la vida por medios artificiales y mantenerlo fijo, de suerte que tiempo después, cuando un extraño lo contemple, vuelva a moverse en virtud de que es vida. Suena fácil, pero es muy difícil conseguirlo.

TRES:
No todo es denuncia. También hay momentos del reconocimiento a los aportes del periodismo para el esclarecimiento de la historia. Tal el caso de Benjamín Saldaña, “un periodista de raza” subraya el alter ego del narrador. Un héroe del periodismo por haber sido el primero en denunciar legalmente que en los fundos gomeros asesinaban impunemente a los indios de la zona de frontera. “gracias a esa denuncia se investigó judicialmente, aunque la sentencia del juicio se perdió en el olvido, se diluyeron las responsabilidades como siempre, para eso sirve la administración de justicia en estos montes, para hacer el trabajo sucio, limpiar de mierda a los amigos y hundir en la cloaca a los enemigos.”
En la sección final de la trilogía, El búho de Queen Garden Street, en nombre de “la patria de la ficción”, asistimos a un salto cualitativo. Es un salto tanto estilístico como ideológico para ponernos ante un entramado de viajes y andanzas por el planeta y, singularmente, por Londres y las orillas del Támesis de “Un kukama … tras las huellas dactilares de un uitoto en la diáspora.” En esos ires y venires por la historia individual y la historia colectiva asistimos a la voluntaria autoidentificación del narrador con uno de los supervivientes de una de las tantas etnias amazónicas refundidas dentro del incontenible proceso de etnogénesis: “un kukama… en éxodo voluntario…” Un individuo cuya mente en permanente estado de búsqueda detecta y asigna relevancia suma a las huellas que ha dejado el despojo del hombre por el hombre. Un estado de excitación de la red neuronal provocada por la información y cuya conducta se rige por lo que cree y espera, desea y teme. Un kukama a la búsqueda de un tal Juan Aymena, raptado por un Julio C. Arana y trasladado a Londres donde se presume que ha realizado estudios superiores. En pos de las huellas de ese “rehén del tiempo” Miguel Donayre Pinedo consigue que la mente de su kukama “escondido en el fondo del armario” se excite recordando el pasado reciente ante el contacto físico con la realidad y catalogue todas las señales que sirven para predecir y tratar de responder a las probabilidades del futuro. El homo sapien, dicen, es una especie futurista. El secuestro y extravío de Juan Aymena, afirma el narrador, “le privó de una vida… para esquivar una muerte segura… en los crímenes contra su tribu.” Y anota ese mismo kukama: “La sajadura del Putumayo fue uno de los primeros crímenes contra la humanidad del siglo pasado.”
Esos crímenes contra la tribu -la tribu entendida como género humano- están en el fondo de todo El insomnio del perezoso, una trilogía en la que su autor despliega numerosas estrategias narrativas que lo conducen hasta el “tour de force”, una acción muy compleja realizada con una habilidad pocas veces vista ya no sólo dentro del contexto de la literatura amazónica: penetrar dentro del cerebro del kukama sobreviviente a los estragos de la historia, un experimento psicoanalítico digno de ser tomado en cuenta, y hablar desde esa conciencia.
Estamos ante una novela en la que el escritor ha creado personas creíbles en situaciones conmovedoras. Una novela con variaciones de punto de mira. Con aceleraciones y lentitudes. Una novela que nos sorprende también por los contrastes de lengua según quienes sean los hablantes.

París, diciembre de 2017.

Ha sido publicado en:
https://circulo-dilecto.blogspot.com.es/2017/12/mutaciones-y-trasmutaciones-en-la.html?spref=fb

Un tuit

Publicado: diciembre 28, 2017 en Uncategorized

El otro día un juez de guardia (o de turno) hizo circular un mensaje por las redes sociales sobre lo que observa día a día mientras recorre lugares de la ciudad en sus funciones como magistrado. Decía que en su camino él veía y se chocaba, casi repetidamente, con la muerte de personas mayores en estado de abandono, muchas veces, llevaban varios días ya fallecidos y en estado de putrefacción. Muchos de esos ancianos o ancianas estaban en una profunda soledad. La noticia me dejó como un zurriagazo que te deja la cabeza dando vueltas sin orbita. Añadía, que algo fallaba en la intervención y posiblemente sea un marchamo de lo que nos pueda pasar a futuro. En una sociedad donde da un valor extremo a la juventud, las personas mayores son vistas como un estorbo para las políticas sociales de los Estados y una cosa inservible para la sociedad ¿dijeron algo los medios de comunicación? Muy pocos, a casi nadie, llamó la atención este tuit. En la tele, en los espacios publicitarios, se ve cuerpos jóvenes y bellos, o niños y niñas sonrientes. Cuerpos atléticos de los hombres, mujeres extremadamente delgadas y mirando con deseo a la cámara, los labios pintados de rojo pasión o mostrándonos obscenamente el trasero. En el caso del segmento de la tercera edad la publicidad se orienta hacia los abuelos y abuelas (casi siempre son abuelos, las abuelas también son invisibles en este mundo desigual hasta en las pensiones) que son vistas como una mercancía más para comprar los seguros privados de atención médica que te aseguran la felicidad para esos años de vida. No hay espacio donde el capital no se haya metido, por eso decía alguien que uno de los actos más rebeldes como persona humana que debemos hacer es aburrirnos. El aburrir no cuesta y pone en jaque a este sistema en que todo cuesta y que te obliga a estar conectado. Hasta para buscar amores se acude a páginas especializadas previo pago. Se paga para no sufrir, para elegir mejor, para que no te dañen. Infelizmente, hasta los amores están viciados por el capital en estos tiempos acuosos. Hay que seguir en nuestra burbuja mientras las personas mayores mueren solas.

El último libro de Naomi Klein recuerda a los videojuegos de antes: por más que uno avance y cambie de pantalla -los excesos del neoliberalismo, las amenazas de la democracia, la emergencia del cambio climático-, al final siempre hay un enemigo. En este caso, un enemigo que hace justo un año se convirtió en presidente de EEUU. Donald Trump no sale precisamente bien retratado en las páginas de Decir no no basta (editorial Paidós). El hombre más poderoso del planeta es, a ojos de la Klein periodista, ensayista y activista, simplemente «el mangante en jefe». «Una persona despiadada y alarmantemente ignorante». «Un pastiche de prácticamente todas las peores tendencias del último medio siglo».

http://www.elmundo.es/papel/historias/2017/11/09/5a035f8c46163f5d1c8b45a4.html

Malos síntomas

Publicado: diciembre 26, 2017 en Uncategorized

Vivimos tiempos de radicalización entremezclado con un yo muy robustecido que se agranda cada vez más con el torbellino de las redes sociales – no sabemos si las redes son un demonio o un santo pero son cultivo o tierra muy abonada para un ego muy dañado. Lo digo mientras un pata ha renovado su foto del FB y reciba varios piropos del día – hay que reforzar esa estropeada autoestima pareciera decirnos. La radicalización de las ideas y acciones se advierte en el amplio espectro de la palestra. Son tiempos donde la intolerancia muestra una de las peores caras. De hacer el carga montón, a por ella o él. Gana el vocerío, las algaradas, la pedrada, la invectiva, rostros afeando comentarios sin escucharlos. Este comportamiento para bien o para mal es avalado en las redes sociales donde pueden hundir en la depresión a una persona – una actriz porno apareció muerta misteriosamente luego de publicar un comentario en una red social que no gustó a muchos que la leyeron y fueron a por ella con un alud de insidias y amenazas. No se trata de construir o de escuchar sino de atacar, derribar al contrario. El otro es el rival a batir. Ese mundo líquido crea monstruos reales y cada vez más espantosos. Desgraciadamente. Los cementos sociales que antes unían a la sociedad cada vez tienen menos sedimentos. Se ha diluido para dar paso a un ser muy evanecido de sus estupideces y charcos de resentimiento. Algunos muy convencidos y sin complejos que ante tiempos difíciles alientan a que se icen las banderas, cada vez que veo una, tiemblo. O que proclamen a su casa como una república, es el sumun del egoísmo. Pareciera una profecía con los peores augurios. Se acabó la discusión, el civismo. La discusión razonable en estos casos toma ya otra deriva, se respira a bronca. Van casi al ataque personal. Hace poco publicaron la noticia que una persona atacó a otra hasta causarle la muerte por el solo hecho que llevaba unos tirantes con los colores de una bandera. Eso hecho bastó para arremeter contra ella y matarla. Pero esa conducta criminal y esa muerte es el signo de estos tiempos despiadados en el que vivimos. Malos síntomas.

El 28 de enero de 1969, Rodolfo Walsh escribió en su diario: “Fantaseo que la novela es el último avatar de mi personalidad burguesa, al mismo tiempo que el propio género es la última forma del relato burgués, en transición hacia otra etapa en que lo documental recupera su primacía. Pero tampoco estoy seguro de esto, que puede ser una excusa para mi momentáneo fracaso”.

Carta desde Davis

Publicado: diciembre 24, 2017 en Uncategorized

Recuerdo que en la época de la universidad, lejos de casa, mi madre me enviaba cartas. Por lo general, con personas que viajaban a Lima o cuando viajaba mi padre a vernos. Eran cartas con ese deje coloquial de las madres, el tono de su escritura era como si estuviéramos uno al frente del otro. Me comentaba las últimas novedades de la casa. Todavía recuerdo que cuando vine a Madrid a vivir me escribió una de ellas con el mismo tono y describiéndome las novedades de la familia. Era la impronta que ella dejaba en la correspondencia. También quiero decir que cuando respondía las cartas a mi madre se quedaba patidifusa por la letra la mar de ilegible, mi letra es desastrosa lo confieso. Mi padre escribía menos, mi madre era la escriba de la casa. Lo hace hasta ahora cuando anota prolijamente, es la notaria de la familia, en un diario que luego los rompe y de nuevo a empezar. Cuando por razones de trabajo estuvo mi padre en Ámsterdam nos enviaba postales por los sitios donde pasaba o nos grababa sus mensajes en cintas de magnetofón que luego las escuchábamos. Pareciera que hablara de otra época, el tiempo se agotaba más despacio. Hoy estamos muy enchufados y conectados que no saboreamos estas delicias que eran las cartas, el tiempo que uno dedicaba en escribirlas. Las cartas de Kafka están entre las célebres y últimamente el intercambio de mensajes entre Paul Auster y J. M. Coetzee. Hace unos días la poeta Ana Varela me pidió mi dirección en Madrid, me quedé intrigado por el pedido ¿para qué me pidió la dirección, Anita? Me quedé entre preguntas. Anoche al volver a casa y al ver la correspondencia en la casilla de correo me encontré con una carta de ella. Sí, una carta. Esa carta significaba, que como un relámpago, y en cuestión de segundos, volver a esos tiempos donde una carta contenía un gran valor amical. Recuerdo que en su estancia por Madrid intercambiamos cartas con Ana. Y ahora desde Davis, California, donde pergeña su tesis doctoral, llegaba una carta de puño y letra de ella o como me decía “a punta de lapicero y papel rayado”. No daba crédito. Se me venían mil recuerdos mientras abría el sobre, lo abrí con ansiedad. La primera vez que hablamos fue en la Plaza de Armas de Iquitos sin presencia, todavía en el atrezo de la intolerable bulla de los motocarros. Ahí empezó nuestra amistad que se ha mantenido en el tiempo. Con silencios y palabras, apostillando sus descubrimientos bibliográficos sobre el período cauchero. Se agolpaban en mi memoria las opíparas comidas en Isla Grande con vino y mucha conversación. Recuerdo que en una noche de lluvia y rayos en Isla Grande que en un momento tuvimos que apelar a las velas, cenábamos chifa con el poeta Washington Delgado. Su misiva fue como abrir la espita de la memoria. La carta de Ana era desde la diáspora a otro expatriado, pero pensando en la floresta. Es que así en este éxodo tejemos la patria de la escritura.

Folio otoñal

Publicado: diciembre 21, 2017 en Uncategorized

Este frío del otoño, que parece de invierno, es un buen tiempo para leer, es más, lo celebro. Mi madre me mira y dice ¿cómo te puede gustar el frío si eres un bípedo del trópico húmedo? Me concentro mejor en las lecturas. Me tomó una taza de té caliente y sigo. No sé, pienso que en esta estación brotan mejor las ideas. Dan aliento para proyectos, ilusiones. Por este lado del hemisferio siento que el tiempo no es lineal. Cada uno tiene su peso. Cada estación pinta el paisaje de un color. El predominante color naranja del otoño es lo que más me queda en la retina, al igual que las desnudas ramas de los árboles. Es más, cada que puedo hago un clic a este paisaje de las ramas de los árboles. En el palustre el mejor tiempo para leer son los meses de lluvia, refrescan el ambiente – los tiempos de verano es de resistencia, hay que buscar la manera de leer; si es en Isla Grande aparte del calor la bulla te puede enloquecer, muchos piensan que soy un chiflado por insistir en la batahola tropical, pero es cierto. Pero la lluvia en la maraña casi siempre indica cambio. Leía en un libro sobre los bosques que decía que un día de lluvia dentro de la floresta es de lo más alucinante. Todo se mueve, cambia, engaña, se hace más real. Los que hemos vivido esa experiencia indescriptible dentro del bosque podemos dar fe de ello. Como suena el bosque, la fauna que aparece y desaparece. Los árboles parecen que caminaran. No hay nada quieto, es la mejor demostración de la dialéctica del marjal – hasta los mitos mudan sus coordenadas y se hacen universales como los colores del arco iris o las escamas de los karuaras. Los ríos engrosan sus aguas – casi siempre evoco a las aguas negras del Samiria, del Nanay de mi infancia o del impresionante río Negro a las orillas de Manaos, desde el aire las aguas del río, la ciudad y la floresta es un digno espectáculo. El frío o la lluvia sacan lo mejor de nosotros.

Eterna candidata al Premio Nobel y ecologista comprometida, esta autora canadiense de 78 años vive un renacer inesperado con la adaptación de sus historias en series de televisión. Prolífica —tiene más de 50 libros— y polifacética —ha escrito ensayo, novela, poesía o cómic—, su ficción especulativa de ‘El cuento de la criada’ y su novela ‘Alias Grace’, basada en hechos reales, tienen ahora incluso más vigencia que cuando fueron creadas, hace décadas.

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/margaret-atwood/?id_externo_rsoc=FB_CM

¿Nunca amamos a alguien en concreto?

Publicado: diciembre 19, 2017 en Uncategorized

El otro día recorría librerías bajo el frío otoño madrileño. Una de esas en la que puedes coger un libro e irte a leer un rato, me quedé varias horas. Seleccioné unos cuantos libros y me fui a sentar para leerlos tranquilamente, ojalá no se pierda ésta sana y buena costumbre de algunas librerías. No me gustan los cafés para leer, pienso, es mi opinión, que es una suerte de exhibicionismo sin sentido y además alrededor hay mucha bulla que me distrae. Esas lecturas elegidas son un (gran) momento en que desconecto del mundanal ruido. Por estos tiempos me gustan más los de filosofía. Depende de los tiempos. Otras veces prefiero el ensayo, otros momentos las novelas. Mi elección está condicionada con el tiempo interno de nuestro cuerpo y emociones. Pero creo que la filosofía es una suerte de buena meteorología para los tiempos huérfanos que estamos viviendo. Te dan algunas claves sobre todo para escribir. Leía un libro de Marina Garcés, una buena filosofa, que decía y rápidamente lo anoté porque me parecía que había dado en la diana: el amor nos singulariza – me recordaba a una frase de Jean Paul Sartre, sobre el amor, que me citaba mi amigo Ricardo Delgado Tuesta, en los años verdes de la universidad. La frase de Garcés me caló profundamente. Es cierto que nos singulariza, pone cara, nombre a esa vasta palabra/emoción, la acota de cara al ser amado. Pero cuando ya lo tenía más o menos claro (hoy todo es movedizo) y revisaba el “Libro de desasosiego” de Fernando Pessoa, casi ya saliendo de la librería, leí unas palabras que derribaron lo que había animadamente construido, decía: “Nunca amamos a alguien en concreto. Amamos tan sólo la idea que nos formamos de alguien. Es un concepto nuestro-es, en suma, a nosotros mismos- lo que amamos”. Me quedé azorado y en tensión, navegando en un mar de preguntas, océanos de dudas ¿amamos a alguien en concreto o simplemente es una extensión de nuestro propio amor a uno mismo? En medio de la multitud miré la cara de F y sonreí.

El ecosistema de la Amazonia atraviesa el eje central de América del Sur, luchando desde hace decenios por sobrevivir a la explotación masiva de sus recursos.

https://elpais.com/elpais/2017/11/28/album/1511899444_633645.html#foto_gal_2